De la construcción y la corrupción
CUBAENCUENTRO continúa su sección de narrativa cuyo tema central es lo
que se podría catalogar de "memorias de la revolución"
Alejandro Armengol, Miami | 23/08/2016 12:44 pm
Era a mediados de la década de 1970 y ese día me había tocado ir a la
microbrigada. "Él es buena gente. Yo he estado en su casa", dijo de
pronto uno que trabajaba a mi lado. Se refería a quien era entonces
ministro del Trabajo, un sujeto desagradable y distante, de baja
estatura, que siempre asistía a las reuniones enfundado en una chaqueta
de cuero negro, para que a ninguno de los asistentes le quedara duda de
que vivía en un clima refrigerado.
"¿Y qué tú hacías en casa del ministro?", le preguntó otro, mientras la
capa de relleno en la pared seguía aumentando de volumen
innecesariamente ("A mí qué me importa, no voy a vivir aquí", había
respondido antes, cuando le advirtieron que todo esa mezcla de cemento y
arena, mal hecha y lanzada sin cuidado, terminaría rajándose a los pocos
meses).
"Fuimos a hacer un trabajo", y no había orgullo, pero tampoco pena o
bochorno en sus palabras.
"Así que el ministro mandó a hacer una reparación en su casa a miembros
de la microbrigada. Yo jamás hubiera ido", afirmó el que seguía tirando
mezcla contra la pared, aunque la mitad de cada paletada caía al suelo.
"No fue un arreglo, fue una ampliación", dijo el primero, que comenzaba
a arrepentirse de sus palabras.
Lo peor, lo verdaderamente malsano, es que ninguno de nosotros, de los
que esa mañana hacíamos labores de construcción —muchos sin saber nada
de cómo se levantaba una pared o se hacía un encofrado— estábamos
realmente asombrados de lo escuchado.
Que un ministro utilizara una fuerza laboral, supuestamente dedicada a
la labor ejemplar de edificar viviendas para ellos y sus compañeros de
trabajo ("los gloriosos cascos blancos", como los había llamado Fidel
Castro), era una prerrogativa más que podían permitirse los que estaban
por arriba en la jefatura de mando, como vivir encerrados en
habitaciones con el aire acondicionado al máximo y tener a su
disposición una flotilla de automóviles, mientras afuera, en la otra
realidad del país, lo único disponible eran ómnibus viejos y
destartalados, que nunca llegaban a tiempo y calor, mucho calor.
¿La estará emprendiendo el gobierno de Raúl Castro contra los miles de
corruptos que existen en Cuba? No sé si dispone de la fuerza necesaria
para ello. Ojalá y así sea, pero lo pongo en duda. En primer lugar
porque los procesos que se conocen hasta el momento tienen que ver con
algunos desmedidos, que en un momento dado pensaron que podían obrar
"por la libre". En segundo, porque la corrupción es inherente al sistema
implantado en la Isla: algo endémico, pero que a la vez trata de
aparecer como ajeno, impostado.
Más que un gobierno propiamente dicho, Fidel Castro estableció una forma
de mando, que en buena medida aún se mantiene en pie en el país, donde
logró aunar una apariencia protofacista en lo ideológico; consignas,
grandes concentraciones, marchas y discursos, con una administración
nacional ―casi doméstica―, más cercana a un estilo mafioso, gansteril,
donde el reparto de cuotas de poder a determinadas familias quedaba
siempre supeditado a la voluntad del jefe, que era a la vez padrino y
líder; dispensador de prebendas y castigos. Así, durante su mandato, el
destape de un corrupto era más bien una pérdida de la gracia otorgada
por el jefe ("cayó en desgracia") que el resultado de una verdadera
operación de rastreo, denuncia y castigo de lo mal hecho.
Al parecer Raúl Castro ha modificado esta ecuación, y ha hecho de
perseguir diversos tipos de corrupción una prioridad de su Gobierno.
Pero más allá de la consideración ―que no debe pasarse por alto― de que
estas investigaciones son en primer lugar una fórmula para sacar del
camino a los partidarios de su hermano mayor, queda la interrogante de
si el sistema administrativo que se quiere mantener en Cuba es capaz de
existir sin la corrupción; si ese mecanismo de desvío de recursos,
latrocinio y desorden no es también una fuente de estabilidad para el
Gobierno.
Lo que resulta muy difícil, casi imposible, es eliminar toda esa
corrupción sin dar al mismo tiempo formas alternativas de obtención de
recursos, ingresos e incluso de enriquecimiento.
Ya los ministros no pueden utilizar a los microbrigadistas para arreglar
o ampliar sus viviendas, sencillamente porque las microbrigadas han
desaparecido. Ello no le impide a cualquiera que tiene un puesto más o
menos importante en Cuba el buscar alguna forma de obtener beneficios de
forma fraudulenta. Le va la vida ―o al menos la vida fuera de la cárcel―
cuando lo hace. También pierde una vida ―mejor, más privilegiada― cuando
no lo hace.
Source: De la construcción y la corrupción - Artículos - Cultura - Cuba
Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/de-la-construccion-y-la-corrupcion-326370
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