Cubanos buscan casa
En espacios hacinados, donde hasta tres generaciones están obligadas a
compartir departamentos de dos habitaciones, o en viejos edificios, con
sus balcones a punto de caer, los cubanos esperan que se materialice la
promesa realizada en abril por la dirigencia castrista de que podrán
vender y comprar sus casas. En cinco décadas de socialismo, la
burocracia otorgó títulos de propiedad, pero con la restricción de que
está prohibida la venta. Permutadores, barbacoas y falsos matrimonios
son parte de los términos y fórmulas que surgieron para sortear la
llegada de hijos y nietos impedidos de acceder a un nuevo espacio. Todo
eso es lo que se ve en un recorrido por las calles de La Habana.
por Reinaldo Escobar, desde La Habana - 14/08/2011 - 09:26
Después de pasar apenas dos semanas en esta isla, algunos osados
visitantes concluyen que entre las tradiciones de los cubanos está la de
convivir varias generaciones bajo el mismo techo. Desmintiendo ese
estereotipo, un joven amigo vino a verme un día para contarme que debía
elegir entre envenenar a la abuela o irse en una balsa hacia Florida.
Quería pedirme un consejo, porque hace dos años llevó a su novia a
compartir, junto a él y a sus padres, la pequeña casa de dos dormitorios
donde también vivía la abuela. La octogenaria, que gozaba de salud
perfecta, ocupaba la habitación más espaciosa y ventilada. Sus padres
llevaban 27 años en el cuarto más pequeño y él, desde los nueve, fue
ubicado en un rincón de la sala. "Mi novia está embarazada -me dijo, más
compungido que entusiasmado- y la vieja no tiene intención de pasar a
mejor vida". La muchacha es católica y no quiere oír hablar de un
aborto. Le propuse tratar de persuadir a la dulce abuelita para que
cediera su espacio, una suerte de "permuta interna", que llevaría a la
dueña de la casa al oscuro rincón donde mi amigo practica el amor en voz
baja. Se marchó murmurando algo que no pude comprender.
Las fachadas vetustas, los balcones a punto de caer, la gente que se
desborda por los pasillos que veo en La Habana me dan las mismas
señales: la carencia o la estrechez de un techo marca nuestra
cotidianidad. Entre los muchos problemas que aquejan a los cubanos
(además de "el problema" propiamente dicho), la escasez de viviendas
ocupa un lugar primordial. Antes del triunfo revolucionario de 1959, el
asunto se manejaba como en otros países. Las inmobiliarias construían
mansiones para los más ricos, confortables chalets y espaciosos
apartamentos para los diferentes estamentos de la clase media y tugurios
para los pobres. El resto, eran las villas miseria, que amenazaban con
extenderse en la periferia de las ciudades.
El afán justiciero de nuestro socialismo tropical ensayó varios métodos
para proporcionar una vivienda digna a cada familia. Una de las primeras
leyes revolucionarias impuso una rebaja del 50% a los alquileres y en
1962 se hizo la Reforma Urbana, confiscando las casas de los
propietarios que rentaban a otras personas. En esos primeros años se
erigieron repartos financiados por un sistema de lotería y entre 1970 y
finales de los 90 prevaleció el concepto de "microbrigadas", bajo el
cual el estado asignaba un terreno y recursos a un centro laboral cuyos
trabajadores se convertían en constructores, para luego distribuir las
viviendas, teniendo en cuenta los méritos sociales de los necesitados.
El feliz beneficiado sólo pagaba 10% de su salario como alquiler, con
indepen- dencia de la ubicación y el tamaño de la casa asignada. Yo
mismo podría abundar mucho en ese tema, pues vivo en un edificio de 14
pisos modelo yugoslavo, donde pasé casi un lustro como microbrigadista,
pero contarles ese experimento inmobiliario me llevaría un libro.
A partir de 1985, el gobierno determinó que los usufructuarios pasarían
a ser propietarios, liquidando el precio de su vivienda, que se
calculaba multiplicando lo pagado como alquiler en un mes por los 240
meses que hay en 20 años. Fue justamente en ese momento cuando mi nombre
quedó impreso en un título de posesión del inmueble que había construido
con mis propias manos. La alegría me duró poco, hasta comprobar que no
se permitía vender la propiedad a otro particular. Las permutas, bajo
estrictas medidas de control establecidas por el Instituto de la
Vivienda, quedaban como la única forma para mudarse de una dirección a
otra. Entonces, se estableció un sistema subterráneo de compraventa,
enmascarado en permutas o cubierto bajo falsos matrimonios y testamentos
arreglados.
Con el derrumbe del socialismo en Europa del Este, la fabricación de
edificios multifamiliares se redujo dramáticamente, mientras la falta de
mantenimiento agudizaba el deterioro en el fondo habitacional. En ese
tiempo se evidenció que el Estado no estaba en condiciones de construir
todas las viviendas que pretendía distribuir a un precio subvencionado,
pero tampoco quería aceptar, por motivos estrictamente políticos, la
propuesta de aplicar las reglas del mercado, que a la larga pondrían de
relieve unas diferencias sociales ideológicamente inaceptables.
En medio de eso surge la figura del "permutero", una especie de agente
inmobiliario ilegal, que atesora información sobre lo que la gente
ofrece y necesita. Este personaje de la fauna del socialismo cubano
merodea por ciertos parques de la ciudad -como el del Prado, todos los
sábados-, donde de manera espontánea los necesitados acuden a de- mandar
o a ofertar. Siempre dice conocer a un abogado que hará pasar la
operación ilícita como legal y que tiene acceso a cuños, firmas y
membretes, ingredientes infaltables de toda burocracia. Su complemento
son los permutadores, personas con deseos de prosperar, quienes
empezaron habitando un cuarto con barbacoa -dividido en su espacio
vertical, pues consiste en una habitación usualmente sin ventanas y
construida a la altura del techo- y que en virtud de innumerables
cambios "dando algo de dinero por arriba" (que realmente es "por
abajo"), tienen hoy una casa independiente en un barrio decente con
jardín y muro perimetral.
LA PROMESA
Uno de los acuerdos más sorprendentes del sexto Congreso del Partido
Comunista de Cuba, realizado en abril de este año, fue anunciar que se
permitiría la compraventa de casas y se flexibilizarían los trámites de
permuta, pero la aplicación en la práctica de esta decisión ha sido
lenta y tortuosa. Muchos creímos que en la sesión de agosto del
Parlamento se legislaría sobre el tema, pero no fue así. Sin embargo, se
han filtrado algunos detalles, entre ellos, que nadie podrá ser
propietario de más de una vivienda y que en las permutas se aceptarán
las compensaciones monetarias cuando la diferencia entre las casas
intercambiadas lo requiera. También se sabe que habrá que pagar un
impuesto, tanto por comprar como por vender, pero sigue siendo un
misterio cuáles serán las cuantías o los porcentajes.
Una de las mayores incógnitas se refiere al tema de quienes abandonan el
país. En Cuba existen singulares leyes migratorias (que también serán
modificadas, según un anuncio reciente), donde se establece el concepto
de "salida definitiva" para aquellos ciudadanos que hayan obtenido la
residencia en otro país o que permanezcan más de 10 meses fuera del
territorio nacional. Hasta el momento, a esas personas se les confiscan
sus propiedades: vivienda, vehículos, artículos electrodomésticos y, en
rigor, hasta los muebles y la vajilla. Esta penalización, vigente desde
1960, ha sido endurecida a lo largo de los años. Cuando los convivientes
del propietario se quedan en la isla, sólo tienen derecho a ocupar el
inmueble si llevan 10 años o más residiendo allí legalmente y tienen que
pagar al Estado el precio íntegro de la vivienda, aun cuando el
propietario saliente ya lo hubiera liquidado.
Según se ha informado, a partir de que se pongan en vigor las nuevas
leyes, los convivientes que queden en el país sólo tendrán que
certificar cinco años de residencia en la casa y no tendrán que pagarla
si el dueño ya lo había hecho.
¿Podremos vender nuestra casa y salir inmediatamente -de forma
definitiva- del país? ¿Cuántos años habrá que esperar, si no fuera así,
entre la venta y el inicio del papeleo migratorio? Decenas de miles de
cubanos no se han marchado para siempre, por carecer de los recursos
financieros para emprender esa aventura. Si se permitiera "vender y
partir de inmediato" entraría en el mercado un número sustancial de
viviendas, lo cual abarataría los precios. Hasta algunos de mis colegas
de microbrigada, que levantaron su propio apartamento hace ya 26 años,
optarían por comercializarlo para financiarse la emigración.
http://www.latercera.com/noticia/portada/2011/08/653-385886-9-cubanos-buscan-casa.shtml