Maravillas perdidas de nuestra Ciudad Maravilla
JOSÉ HUGO FERNÁNDEZ | Miami | 8 de Junio de 2016 - 8:25 am.
Ahora que La Habana ha sido declarada Ciudad Maravilla, y aun cuando 
esta calificación responda más al gusto y a los manejos del turismo que 
a juicios sólidos, sería oportuno que las autoridades de la ciudad 
decidieran rescatar del olvido algunas de las muchas instalaciones que 
impulsaron su fama a nivel mundial, y que además lo hicieron combinando 
atinadamente el atractivo turístico con la exposición de los más 
representativos valores de nuestra cultura popular.
La lista es larga. Como largo sería enumerar las que ya se perdieron 
para siempre, sin esperanza de salvación. En tanto son pocas las que han 
sido "rescatadas" en los últimos años por la industria turística, o por 
la Oficina del Historiador de La Habana, que no es lo mismo pero es 
igual. Sin embargo, tampoco hubo salvación para esas pocas rescatadas. 
Bastaría ilustrar con un caso, el del bar Sloppy Joe, que se repite sin 
una sola excepción en todos los demás.
Reconocido y frecuentado con entusiasmo, desde los años 20 hasta los 60, 
tanto por el turismo internacional como por la población habanera, el 
Sloppy Joe reabrió sus puertas hace poco, conservando algunas de las 
características que le dieron fama, como su barra de caoba negra, que 
llegó a ser considerada la más larga de América, u otros detalles de la 
decoración interior. Sin embargo, lo esencial y lo más fácil de rescatar 
por parte de las autoridades, parece haber quedado fuera de sus planes: 
la presencia en el bar del habanero corriente.
De auténtico emporio de la energía y la cultura popular habanera, el 
Sloppy Joe pasó a ser un frío y aburrido coto, exclusivo para turistas 
extranjeros y para algún que otro conciudadano que pueda pagar sus 
precios de categoría cinco estrellas.
Con todo, casi tendríamos que mostrarnos agradecidos por el hecho de que 
esta instalación alinee hoy entre las pocas afortunadas que fueron 
salvadas del exterminio, ya que, como dice el dicho, mientras haya vida, 
hay esperanzas.
Peor es la situación de otras, muchas, aunque quizá también bastaría 
ilustrar con un solo ejemplo, el del Cabaret Montmartre, cuyos 
lastimosos escombros, en la calle P, esquina a Humboldt, en el Vedado, 
se gastan la curiosa peculiaridad de recordarnos, de un tirón, tres de 
los momentos históricos más significativos y definitorios para la vida 
de los habaneros a lo largo de más de medio siglo.
Desde París hasta La Habana pordiosera de hoy, pasando por la meca del 
estalinismo en tiempos de los vulgares mega-establecimientos. La simple 
mención del Montmartre nos fulmina la mente, recreándonos, en primer 
lugar, una idea de lo que pudo ser el esplendor de las noches habaneras 
de cabaret, antes de 1959, codo a codo con las mayores luminarias del 
espectáculo, tanto nacionales como internacionales: Benny Moré, Rita 
Montaner, Celia Cruz o Edith Piaf, Maurice Chevalier o Ernesto Lecuona o 
Nat King Cole o Agustín Lara; Olga Guillot o María Félix… Y de seguida, 
nos remite al restaurante Moscú, el cual, con todo y sus mesas en 
estricta hilera, su bullicio y su ambiente de comedor obrero, ha pasado 
a ser parte irremediable de nuestra nostalgia.
Muchos recuerdan todavía al Moscú como el restaurante más grande de la 
Isla, otorgando al dato una importancia que tal vez no merezca. Hay 
quienes aseguran que es el único sitio en que han comido caviar. 
Mientras, otros lo guardan agradecidos en su memoria como una plaza 
idónea para el intercambio de inquietudes intelectuales o de cualquier 
otro tipo. Lo cierto es que aquella madrugada de los 80, cuando el Moscú 
encontró su fin envuelto en llamas, moría por segunda vez allí el 
símbolo de una época, al tiempo que el lugar pasaba a simbolizar otra 
época nueva, que aún perdura: la etapa de la devastación, las ruinas, la 
fealdad y la miseria extrema.
Quien no tenga presente la inutilidad administrativa y la enfermiza 
desidia de las autoridades, no hallará explicación al abandono que ha 
sufrido, durante más de 30 años, el antiguo Montmartre/Moscú. Su única 
utilidad, al margen de la ley, ha sido la de albergue de perdularios: 
alcohólicos, vagabundos, inmigrantes de provincia sin hogar, 
desahuciados sociales… La entrada principal fue tapiada por quienes al 
parecer ignoraron que los pobres huéspedes accedían (y aún acceden) al 
local por su parte trasera, en la calle Humboldt, desde donde se aprecia 
la atmósfera de morada fantasma, no apta para inocentes, que ocupa casi 
una cuadra de largo.
Parte el alma el espectáculo que ofrece el antiguo Cabaret Montmartre, o 
el antiguo restaurante Moscú, descascarado, sucio, con los rezagos 
ruinosos de aquella entrada en la cual, para que no le falte sustancia 
histórica, murió aparatosamente un renombrado sicario de la dictadura de 
Batista, el coronel Antonio Blanco Rico, acribillado por la metralla de 
dos pistoleros del Movimiento 26 de Julio.
¿Logrará salvarse este museo del discurrir histórico de La Habana, 
aunque sea gracias a su privilegiada ubicación en una nueva Ciudad 
Maravilla del mundo? Por lo pronto, una cosa sí podría afirmarse, y es 
que no auguramos la menor posibilidad de salvación histórica para 
quienes lo condenaron al abandono y al olvido.
Source: Maravillas perdidas de nuestra Ciudad Maravilla | Diario de Cuba 
- http://www.diariodecuba.com/cuba/1465239332_22893.html
 
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