¡Esta es mi casa, Fidel!
Un decreto que da término, o al menos un buen respiro, al contrapunteo
de lo privado y lo público en la regulación de un tema tan sensible como
lo es el inmobiliario
Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 14/11/2011
Muchas veces he alertado de no incurrir en la tributación gratuita de
aplausos antes de que los cirqueros de La Habana hagan su maroma lo cual
parece ser una tozuda mala práctica de nuestros tecnócratas, siempre
confundiendo deseos con realidad.
Pero ahora creo que vale la pena aplaudir, porque la maroma —el decreto
288 que autoriza la compraventa de viviendas entre particulares— es un
paso positivo y sustancial. Filosóficamente no es gran cosa, pues eso de
permitir a la gente que venda lo que es técnicamente suyo, suena a
redundancia enigmática, como aquello de dejar que la gente adquiera un
celular o compre una computadora. Pero ya es tiempo de que nos
acostumbremos a la idea de que la patria es en muchos sentidos única, no
por excepcional (como gustan argumentar nuestros académicos cuando no
pueden explicar algo), sino por ofuscada. Y por eso el decreto ha traído
tantos aplausos, vítores y predicciones optimistas: abre una ventana
entre mucho humo acumulado.
Yo no soy tan optimista, pero aun así aplaudo. Creo que todo lo que en
la actualidad permita a la gente en Cuba ser más libre, menos
controlada, más capacitada para manejar variables de sus vidas
cotidianas, es positivo. Aun cuando se trate de acciones fragmentadas,
que como veremos generan otra cantidad de sufrimientos y frustraciones
entre aquellos que nuestros tecnócratas llaman compasivamente "los
perdedores". Pero son acciones inevitables en el desmontaje de ese
sistema arcaico que algunos críticos izquierdistas llaman Capitalismo de
Estado (para diferenciarlo del socialismo) y yo prefiero referenciarlo
al faraónico Modo de Producción Asiático, simplemente para respetar
—como Marx hizo en su tiempo— al capitalismo.
Este decreto no es ninguna sorpresa. Matices más o menos, se inscribe en
la lógica que ha estado siguiendo la actualización del
General/Presidente y que da término —o al menos un buen respiro— al
contrapunteo de lo privado y lo público en la regulación de un tema tan
sensible como lo es el inmobiliario. Traspasa el asunto al ámbito
privado/mercantil y ofrece a "los ganadores" (me fascina la jerga
neoliberal de nuestros tecnócratas) la oportunidad de ingresar a buenas
casas de los mejores barrios de la capital. Es decir, un mercado para
consumir y realizar sus cuantiosas ganancias, como antes lo hizo con
respecto a los hoteles, los teléfonos celulares, los automóviles; y con
seguridad lo va a seguir haciendo con el derecho a turistear, la próxima
medida relevante de la actualización raulista.
Pero los bienes inmuebles son mercancías muy peculiares. Dado que
mezclan sus valores de usos con los valores de cambio, son muy
caprichosos. Y entre sus caprichos está la fascinante cualidad que
tienen eventualmente de apreciarse según son consumidos. Por
consiguiente, lo que se ofrece a la protoburguesía cubana es un terreno
virgen para la inversión y la acumulación, para convertir los tesoros en
capitales y de paso para incorporar al tándem mercantil a un sector de
corredores de inmuebles que han acumulado inmensas fortunas vendiendo a
la población tres cosas que la población ha carecido sistemáticamente:
información, acceso a los que toman decisiones y libertad para decidir
sobre sus propiedades.
Hipotéticamente pudiéramos decir que esta apertura del campo
inmobiliario será el laboratorio social por excelencia para la
reconstitución, consolidación y maduración de un sector de la nueva
burguesía cubana que hasta el momento había estado signada por el
estigma de la ilegalidad. Que incluso tenderá a reconquistar viejos
barrios de abolengo —Miramar, Nuevo Vedado, Kholy— donde convivirá con
los sectores burgueses emergentes desde el Estado y compartirá su nuevo
hábitus clasista.
Pero nunca podría omitirse el efecto devastador que todo esto pudiera
tener en los sectores populares.
Hay un dato cierto: la única riqueza que posee la mayoría de las
familias cubanas es su casa. Durante décadas, aunque eran propietarios
formalmente, no podían venderlas, sino solo trocarlas tal y como
corresponde a una sociedad mercantil simple. El decreto 288 les da la
oportunidad de venderlas, lo cual debe producir un reajuste de espacios
que solo eventualmente se correspondería con las necesidades, y en lo
fundamental se corresponderá con el dinero. Y, esta es la versión alegre
del asunto, la circulación entre la población de más dinero que podrá
ser empleado en el fomento de pequeños negocios, que generarán una
suerte de capitalismo popular, de "otro sendero" de pequeños propietarios.
Pero las cosas pudieran también ser de otra manera. La liberalización va
a poner a disposición del capital inmobiliario en formación una miríada
de propietarios de casas, que no dudarán en vender sus viviendas con la
ilusión de establecer pequeños negocios redentores, que, como es sabido,
padecen de tasas pasmosas de mortalidad. Y en consecuencia, en muy poco
tiempo, pudiéramos tener muchas familias sin viviendas, más hacinadas
que nunca y sin negocios.
En esto la actualización raulista hace con los propietarios de viviendas
lo que hace con toda la población —como consumidores, propietarios o
trabajadores— cuando la expone a la voracidad del capitalismo en
formación sin que tengan las posibilidades de defenderse mediante
organizaciones autónomas, apoyo estatal y un marco legal adecuado. De
manera que la misma falta de libertad y democracia que ayer garantizó la
reproducción de la "dictadura del proletariado", hoy le hace el trabajo
sucio a la restauración capitalista.
Si el Estado cubano quisiera realmente dar un paso memorable, no
limitaría su acción a la apertura mercantil del fondo inmobiliario, sino
que establecería los colchones sociales de rigor. Ante todo, una
ventanilla de créditos a bajos intereses y de provisión de materiales de
construcción y servicios técnicos a toda una franja de la población que
estaría interesada en conservar y mejorar sus casas, y pudiera hacerlo
con apoyo estatal. Tal y como ocurre en muchas sociedades capitalistas,
no por capitalistas, sino por sociedades. No olvidemos que durante todo
este período de estatalización extrema y represión de las iniciativas,
más de la mitad del fondo nuevo de viviendas fue construido por la
actividad privada. Y aunque es cierto que en muchos casos fueron
construidas viviendas con estéticas deplorables y baja calidad
constructiva, el Estado hizo lo mismo a gran escala en sus guetos de
edificios múltiples. Legando así a la Habana barrios feos, sucios y mal
conectados, donde la gente sobrevive a falta de otras opciones.
En este mismo sentido, sería provechoso el fomento de asociaciones y
cooperativas independientes para gestionar los espacios en que viven,
con sus viviendas incluidas, y que incluso podrían acceder a
financiamientos internacionales disponibles para estos fines. De hecho
en los 90, durante aquella fase en que la clase política sufría un feliz
aturdimiento, muchas comunidades urbanas avanzaron a codazos en esta
dirección y se realizaron proyectos avanzados que luego sucumbieron
entre las asechanzas de los comités del partido, los consejos populares
y la policía. Los casos de El Condado en Santa Clara y de Atarés en La
Habana son dos experiencias que vale la pena examinar.
Por todo eso, aplaudo moderadamente y sin vítores. Que, como dice un
refrán gallego, a fortuna adversa no hay casa enhiesta.
Y aquí, reconozcámoslo, son muchas las adversidades. Y la mitad de las
casas a duras penas están enhiestas.
http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/esta-es-mi-casa-fidel-270480
No comments:
Post a Comment