Fernando Ravsberg | 2011-06-09, 11:49
Constructores cubanos (Foto: Raquel Pérez)
Muy pronto se autorizará a los cubanos a vender y comprar viviendas, lo
cual es una vieja aspiración de la gente, de hecho estuvo entre las
cinco demandas más repetidas por los cubanos durante los debates del año
2007.
Los lineamientos aprobados en el Congreso del Partido no explican -ni
les corresponde hacerlo- cómo se llevará adelante la transformación y ya
surgen algunas voces que temen las consecuencias sociales y económicas
que pueda acarrear.
Leí algunas preocupaciones de emigrados cubanos y me parecen lógicas
teniendo en cuenta que tanto quienes residen en EE.UU. como en España
conocen muy bien lo que significa una política inmobiliaria equivocada.
El socialismo cubano tiene la posibilidad de aprender de la experiencia
de esos países que convirtieron la vivienda en un bien para la
especulación, disparando los precios y entregando préstamos bancarios
impagables.
En España hay millones de apartamentos vacíos, comprados solo porque "el
ladrillo es una inversión segura, que siempre sube". A la par millones
de jóvenes llegan a los 30 años residiendo en casa de sus padres por
falta de vivienda.
Finalmente la "burbuja inmobiliaria" explotó, muchísimas familias
estadounidenses y españolas perdieron sus hogares y todo el dinero que
habían pagado de hipoteca porque los bancos, como los casinos, nunca
pierden.
La apertura en Cuba debería tener en cuenta esas experiencias para no
cometer los mismos errores. Tras 50 años de inmovilidad inmobiliaria se
corre el riesgo de que los más listos se dediquen a la especulación y
disparen los precios.
El otro peligro es que se termine con la mezcla social que ha existido
hasta ahora, formándose barrios de ricos, de clase media y de pobres
como sucedía antes en Cuba y sigue ocurriendo en muchos países del mundo.
Sin embargo, no parece haber opción, la situación era insostenible. La
crisis es tal que casi la mitad de las viviendas están en regular o mal
estado y los últimos planes estatales de construcción terminaron en un
fracaso total.
Por décadas el grueso del trabajo estaba en manos de microbrigadas
sociales compuestas por personas necesitadas de una casa que dejaban sus
empleos durante años y se transformaban en improvisados constructores.
Esta política se llevó a casi todos los sectores, incluso funcionarios y
funcionarias de la cancillería tomaban años sabáticos para dedicarse a
construir, con lo cual muchos diplomáticos trabajaron alguna vez de
ayudantes de albañil.
No tengo datos para valorar el resultado ideológico del plan pero
constructivamente los "apartamentos de micro" distan bastante de la
excelencia, y es lógico, en el Instituto de Relaciones Internacionales
no se enseña a levantar paredes.
Cierto es que cuando empieza una de estas obras en el barrio los vecinos
se alegran porque podrán comprar materiales y reparar sus casas. Basta
llegar a un acuerdo con los constructores para "resolver" todo lo que
haga falta.
El desvío en el sector es tan común que un humorista cubano asegura que
"íbamos a construir el socialismo pero se robaron los materiales". Así
el mercado negro se transformó en el principal proveedor a la hora de
reparar o ampliar la casa.
A los sectores más humildes les era casi imposible mejorar sus
viviendas. Los materiales tenían precios subvencionados y ese era su
gran pecado porque permitía acapararlos y revenderlos más caros a
aquellos que pudieran pagar.
Para empeorar las cosas, aunque la casa se les cayera encima los cubanos
no podían venderla ni permutarla por una más pequeña y dinero. Muchos lo
hacían de todas formas pero corriendo el riesgo de que les decomisen las
propiedades.
La flexibilización de las normativas produjo un cambio inmediato en el
paisaje urbano, la gente está arreglando, ampliando e incluso edificando
sus propias viviendas. El sector de la construcción comienza a crecer
velozmente.
Surgen fábricas particulares de ladrillos y de bloques, los
cuentapropistas hacen reaparecer los áridos desde que les abrieron las
puertas de las canteras y las brigadas de albañiles, carpinteros y
plomeros no paran de trabajar.
La actual flexibilización permitirá a algunas personas desprenderse de
casas que no son capaces de mantener y comprar otra acorde a sus
posibilidades, mientras que los que poseen dinero podrán gastárselo
legalmente en una vivienda.
Pero si se quiere que la medida sirva para facilitar el acceso de los
cubanos a un techo y no todo lo contrario, será necesario establecer un
marco legal que regule la actividad, pensando en impedir la especulación
y el alza artificial de precios.
La vivienda es un derecho ciudadano por lo que no debería ser
considerada como una simple mercancía. Si es un absurdo económico
pretender eliminar el mercado inmobiliario, dejarlo libre y sin bridas
sería un despropósito social.
http://www.bbc.co.uk/blogs/mundo/cartas_desde_cuba/2011/06/el_mercado_y_el_derecho_a_la_v.html
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